miércoles, 12 de octubre de 2011

Cambiando espero

            Hace poco más de diez años viajar a Venezuela o Bolivia suponía un triunfo asegurado para cualquier Selección que se sepa superior. Con el paso del tiempo el fútbol fue transformando sus formas y hoy, más allá de la calidad de los jugadores, la paridad entre los equipos, desde las ligas domésticas hasta los representativos, es absoluta. Es que, a partir de la igualdad en lo físico, esa supuesta superioridad deja de existir y el resultado pasa a ser consecuencia de un hecho individual aislado o una maniobra colectiva pulida y ensayada previamente con horas de trabajo, que es lo que, en muchos casos, hace falta. Y no por desmérito de los entrenadores -que no me cabe duda que trabajan y mucho-, sino por un sistema comercial inescrupuloso manejado por los grandes dueños de este negocio. Aunque eso ya es parte de otro tema.
            Ahora bien, en el comienzo de las Eliminatorias para el Mundial que se disputará en Brasil dentro de tres años, la Selección Argentina venció el último viernes como local a Chile y cayó ayer en condición de visitante, por primera vez en su historia, ante su par de Venezuela. Y aquí es donde me detengo para hacer un análisis que va más allá de los resultados; porque si los goles convertidos frente a los trasandinos en lugar de cuatro hubiesen sido uno o dos, hoy estaríamos hablando de la falta de tenencia del equipo de Sabella y no de la contundencia de los delanteros argentinos. Es que el juego, a veces, queda maquillado por el resultado. Y es eso lo que no debe pasar. Sin embargo, nunca hay que perder de vista el contexto, aunque la propuesta varíe y los protagonistas no sean los mismos.
            Las comparaciones siempre son odiosas, pero sirven para graficar una realidad que no es tal. En julio de 2010 el Málaga, de España, obtuvo el pase de Rondón, quien con su potencia y velocidad preocupó a toda la defensa argentina, en 3 millones y medio de euros; mientras que Fedor, su compañero de ataque ayer, podría pasar al Girondins, de Francia, por la misma cifra. Es decir, entre los dos atacantes venezolanos suman 7 millones de euros. Pasando a la otra vereda, cualquier equipo que desee los servicios de Gonzalo Higuaín deberá desembolsar más de 30 millones de billetes de la misma moneda.  Por su parte, la cláusula de rescisión de Messi oscila en los 250 millones. Sin embargo, la diferencia en la cancha no fue tal. Es que no existen los jugadores que ganen los partidos solos. La Argentina fue contundente frente a Chile, pero careció de tenencia. Pero esto se explica a partir de los apellidos en cancha: Di María, Messi e incluso José Sosa se destacan por el vértigo en su juego y la verticalidad y no por la pausa.  
            Los factores externos, que existen y son muchos, fueron determinantes en el segundo partido. Retomando lo dicho en el primer párrafo, los futbolistas argentinos debieron reponerse en tres días de jugar en una cancha mojada y pesada, viajar más de ocho horas y soportar una temperatura y humedad agobiante para enfrentar a una Selección descansada, que había guardado a la mayoría de sus titulares para el trascendental choque. Es decir, poco tiempo de descanso y condiciones totalmente adversas. El cansancio de los jugadores argentinos fue demasiado claro. Y el peso de las individualidades no pudo ante una Selección venezolana trabajada que venía de lograr un meritorio cuarto puesto en la última Copa América.
Sin embargo, la identificación con una idea es lo que nos hace diferentes y respetables ante los demás más allá de los resultados. Un sentido de pertenencia con nuestras raíces. Los Pumas y la Selección de básquet se destacan por su fuerza, por su entrega, por brindarse a pleno por el equipo. Las Leonas por su calidad y por el buen juego con la bocha al piso. Desde la época de Bielsa e incluso Pekerman o Basile, un poco más acá, la Selección de fútbol fue perdiendo su identidad.
            Aquí la suerte está echada y Sabella deberá luchar con su grupo de trabajo en dos frentes: el primero junto a sus dirigidos sobre el verde césped, como diría el gran Labruna; y el segundo ante los dirigentes de la calle Viamonte que, como es sabido, priorizan los resultados y no los procesos.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Mi biblioteca perfecta - Septiembre

El marido (The husband, 2006, Dean Koontz, Ed. Suma de letras) Novela-ficción:  The New York Times definió el estilo de Dean Koontz, nacido en Everett, Pennsylvania, Estados Unidos, hace 66 años, como psicológicamente complejo. Y El marido, paradójicamente, es todo lo contrario.
            “Qué el amor lo es todo, es todo lo que sabemos del amor…”, nos anuncia Koontz en el epígrafe del primer capítulo. Las palabras de Emily Dickinson son sabias y enmarcan a la perfección el sentimiento de Mitch, el protagonista, quien recibe un llamado telefónico que invoca la peor de sus pesadillas. Un rapto. Un pedido de rescate y tres días para juntar dos millones de dólares en efectivo. El marido, es una novela de rápida lectura porque atrapa al lector desde el comienzo. Con una prosa ligera, que no sólo se detiene en el detalle de construir ambientes cálidos y personajes vivos, Koontz hipnotiza con una historia común y sentida, con diversas variables y vueltas de tuerca, que atrapan y, a su vez, conmueven al punto de sentirse identificado con los protagonistas.
            ¿Qué serías capaz de hacer por amor? ¿Estarías dispuesto a morir? ¿Y a matar?

El fútbol a sol y sombra (1ª edición: 1995- 4ª ed. ampliada: 2010, Eduardo Galeano, Ed. Siglo veintiuno) Literatura deportiva: Al igual que Me gusta el fútbol (véase Mi biblioteca perfecta del mes de agosto) el uruguayo Eduardo Galeano, considerado uno de los más grandes escritores de la literatura latinoamericana, conjugó en apenas 270 páginas, una obra indispensable para todo aquel que disfrute del buen fútbol como juego. 
            Galeano rinde homenaje al fútbol. Y es un placer leerlo, porque cuando escribe logra traspasar los sentidos. Se enamora del verdadero fútbol y le es fiel. Denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo. Y rescata a la belleza… esa belleza que relata cada una de las anécdotas que envuelven este libro. Porque es un libro de anécdotas. De acá y de allá. De tiempos lejanos y no tantos. De épocas en las que el fútbol era verdaderamente un juego.
            En El fútbol a sol y sombra, el autor propone una pared con los sentidos: “Han pasado los años, y a la larga he terminado por asumir mi identidad: yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico:
            -Una linda jugadita, por amor a Dios.
            Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece.
           
El Caballero de la Armadura Oxidada (The Knight in Rusty Armour, 1990, Robert Fisher, Ed. Obelisco) Autoayuda-fantasía-ficción: Antes de escribir El Caballero de la Armadura Oxidada, Robert Fisher tenía una extensa y premiada carrera escribiendo guiones junto a Arthur Marx para grandes humoristas, que incluía en sus filas a Groucho, hermano de Arthur, Bobe Hope o Alan King.
Cuando Fisher escribió su gran obra no tenía idea de la trascendencia que la misma adquiriría. El Caballero… fue traducida al chino, italiano, portugués, alemán y francés, entre otras lenguas, y ha vendido más de cien millones de ejemplares en el mundo. Es una historia poderosa, constructiva, que nos traslada a un mundo imaginario donde nosotros somos los propios protagonistas. Desde sus páginas Fisher nos enseña a querer a la vida y sortear aquellas piedras que se nos presentan en el camino con una palabra tan mágica como su relato: amor.
A partir de una mirada sensible, el autor crea una obra maestra, plena de enseñanzas e indispensable en estos tiempos de crisis, desigualdades y desesperanzas. Cada vez que nos sintamos solos, abrumados por la vorágine que nos comprime la vida, leer El Caballero…presume una caricia a los sentidos. Y nos hace acordar de los importante que somos y lo mucho que valemos. La vida es un regalo y debemos honrarla.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La noche en que todo se tiñó de negro

Parece mentira que siempre se vuelva a caer en la misma historia de cobardía, desigualdades, soberbia y arrogancia. Un día como hoy, pero hace 35 años, los poderosos e individualistas comandantes de la nación privaron la libertad y el desarrollo como personas a siete jóvenes que simplemente luchaban por sus lógicos derechos bajo el lazo represivo de la junta miliar en pos de una democracia republicana. Los hechos ocurridos el 16 de septiembre de 1976 escribieron una vez más una página de horror en la historia Argentina. El triste episodio es conocido como La Noche de los Lápices, en donde las fuerzas armadas despojaron de sus vidas para no devolvérselas nunca más a siete alumnos y militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que simplemente reclamaban pacíficamente un boleto estudiantil con tarifa reducida. Simplemente.
            María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Claudio De Acha, Horacio Húngaro y Daniel Alberto Racero aún se encuentran desaparecidos.
            Mientras en el mundo moría la novelista británica Agatha Christie, James Carter era elegido como nuevo presidente de los Estados Unidos y la rumana Nadia Comaneci, con tan solo 14 años, se convertía en un hito de la gimnasia olímpica, en Montreal; Argentina sucumbía cruelmente a una dictadura, que eligió una represión dirigida hacia las organizaciones armadas -en 1976 ya estaban prácticamente derrotadas- y contra sus apoyos civiles. Sin embargo, se extendió a todo tipo de militancias sociales y políticas. Obreros, sacerdotes, abogados, periodistas y estudiantes fueron los más perjudicados.
            En forma de homenaje, el 16 de septiembre fue declarado como el Día Nacional de la Juventud. Y no está mal que así sea. Sin embargo, sería mejor que el afecto sea mirando hacia adentro y que comprenda a la libertad como derecho. Como un regalo. Como la presea más valiosa que se puede tener.
Un espíritu de lucha, un espíritu de movimiento. Para que nunca se pierda la iniciativa de alzar la voz. Como un elemento de lucha. Como un regalo. Como la presea más valiosa. Para construir una sociedad más justa y solidaria. 

martes, 6 de septiembre de 2011

Bautismo

El pelado lo siguió al Tata ese domingo por la tarde. Lo siguió como suelen seguir los chicos a su madre cuando los llevan al dentista. -¡Ufa! -rezongó el pelado-. Era un hecho inevitable.
El sol tenue se dejaba divisar delicadamente detrás de las grandes y nuevas  construcciones de hormigón que se asomaban desde el otro lado de la autopista 25 de Mayo. Faltaría poco para que el único agente inmobiliario de la zona comience a llenarlas. La noche acaecía mientras el Pelado continuaba rezongando sabiendo que no tenía nada por hacer. El Tata era de esos tipos que no se dan por vencido ni aun vencido.
El Pelado sintió como un viento arremolinado y frío lo acariciaba por detrás del cuello. Levantó los hombros y deslizó la cabeza hacia atrás en un acto reflejo. La mirada fiera del Tata lo seguía ante cada movimiento. Y entonces le ofreció un cuello polar que tenía en una pequeña mochila marrón algo desgastada. El Pelado se lo calzó si vacilar.
No había una comunicación muy fluida entre el Pelado y el Tata. Algo que el más grande de la familia siempre se reprochó. Sin embargo, existía un respeto mutuo que, a pesar de la edad, se sentía a cada paso que daban. El Tata rondaba los 23, mientras que su hermano había cumplido 15 el último martes.
Las estrellas comenzaron a rellenar rápidamente el cielo oscuro. Unas pocas nubes grises se dejaron ver demostrando que la tormenta eléctrica que había pronosticado el servicio meteorológico para el lunes era errada. Aunque no era algo que el Pelado y el Tata pudieran precisar, el tiempo pintaba ideal. Y una sonrisa se reflejaba en la cara del más grande. Lo peor ya había pasado.
Como una enorme y cálida manta, Colorado cobijó los sueños de la familia. Esa ciudad distinguida que poseía los picos más altos de las montañas rocosas en el sur de los Estados Unidos, se transformó en una esperanza de vida para su viejo, humilde laburador, que abandonó su querido Boedo junto con una ilusión de prosperidad que nunca llegó.
Diez años pasaron hasta que pegaron la vuelta. Él, el Pelado y el Tata. Diez años hasta que se instalaron nuevamente en la esquina de Albarracín y Santander. La misma esquina donde el Tata jugaba a la pelota día y noche emulando con una Pulpo bordó los goles del Nene Sanfilippo.
La euforia desmedida y ese aliento desbocado se hacían sentir a cada paso que el Pelado y su hermano daban por el viejo empedrado de las calles de Boedo. Bajaban de los edificios, salían de los negocios aledaños y confluían fervorosos en la Avenida Perito Moreno y Varela. Allí donde el estadio Pedro Bidegain sentó sus cimientos en 1993. Fueron tiempos de alegrías, tiempos de tristezas. Fueron tiempos de lucha. Una lucha incesante para volver a tener un lugar propio. Una identidad. Lo cierto, es que por diferentes canchas desfilaron durante algo más de doce años los colores de su querido San Lorenzo. El viejo lo sabía y su hijo más grande también.
Eran tiempos difíciles. Pero su amor por la camiseta era aún más grande que ese primer amor amateur que tuvo el Pelado esa noche de invierno. Esa que llevaban día y noche pegada a la piel. Al corazón. Esa misma que el Tata le regaló en un paquete muy bien presentado el último martes al Pelado. A pesar que ese domingo lo seguía al más grande de prepo; sus ojos brillaron de alegría esa mañana en el desayuno. La casaca era hermosa.
El reloj del Tata adelantaba unos pocos minutos como deseando oír ya el pitido inicial del partido. A esa altura del día serían más o menos las 18, dedujo sin pensarlo el querido y respetado hermano mayor. A unas pocas cuadras se dejaba divisar una larga fila pintada de colores. Gorros, banderas, cornetas y camisetas azulgranas dibujadas en una increíble postal que revelaba la tradición futbolera de cada tarde de domingo. Delante de un vallado irregular y oxidado un frágil cordón policial regulaba a groso modo el ingreso incesante de la gente. La fila pintada de colores se iba desvaneciendo a paso agigantado, mientras que un grupito de chicas -a caso serían siete u ocho- se resguardaban del intenso frío bajo una bandera grande que rezaba “Las santas de boedo” en delicadas letras góticas.
 Las 19 era el horario pautado para el inicio del encuentro entre San Lorenzo y Gimnasia y Esgrima La Plata. Primera fecha del campeonato Clausura y todas las expectativas puestas en el equipo del Bambino, el Pampa Biaggio y compañía. Esmero y confianza, mucha confianza partían como las premisas fundamentales de un técnico que venía trabajando hace cuatro años en el club y pretendía, como ya lo había hecho alguna vez con River, vestir a “su” San Lorenzo de Almagro de gloria.
El Pelado y el Tata se acomodaron en la popular local perpendicular al arco que minutos después ocuparía Passet. Su viejo siempre dijo que ese era el mejor lugar para apreciar la riqueza técnica del jugador y la variedad táctica del equipo. Más allá de los cuantiosos elogios que caían de maduros sobre las espaldas de gladiadores de mil batallas como Passet, Ruggeri y Biaggio, los once primeros nombres que citó la voz del flamante estadio fueron acompañados por una lluvia de gritos y aplausos.
Nunca había visto algo así. Nunca en su corta relación con la vida que en algún momento supo dividir sus sentimientos más allá de una elección. Los ojos color avellana del Pelado se deslumbraban envueltos en una espesa nube de humo azul y rojo que desaparecía poco a poco de la punta abrillantada de las bengalas, que blandían algunas manos desconocidas. A un costado, un pelado como él, pero de una barba prominente y despareja, por cierto, necesitó de ayuda para subirse a un para avalanchas y, como un maestro de orquesta de espalda al espectáculo, comenzar a dirigir con todas sus fuerzas la fiesta de la tribuna. El olor a choripán de los puestitos de arriba se mezclaba entre el suave Givenchy del gentleman de abajo y el repulsivo -al menos para el Pelado y el Tata- aroma a porrito, que se elevaba como una espesa niebla y que tapaba las fosas nasales del más chico. Bajaron un par de escalones.
El primer tiempo pasó sin pena ni gloria. Las voces gastadas y las gargantas cansadas se silenciaron hasta llegar a un minúsculo cúmulo de sensaciones. Los diversos puntos de vista dejaron entrever a tantas opiniones y pensamientos futboleros, que por el momento las ideologías de muchos quedaron enterradas bajo los alineados tablones de maderas. Al lado de una parejita que compartía sus sensaciones con un moreno que lucía un Piluso con los colores del Ciclón, el Pelado observaba callado y deseando que su estadía en el estadio pasara lo más rápido posible, cómo el Tata discutía vehementemente con un tipo de traje, que bien podría parecerse al patrón de su hermano mayor. Tipo bonachón, de unos 40 años de edad, criticaba a viva voz las constantes subidas del Ruso Manusovich alegando la falta de aptitud técnica para pegarle a la pelota. El tata, malhumorado, primero por algunos fallos desacertados del referí y segundo por el comentario poco agraciado de aquel hincha que se ufanaba por tener aires de grandeza, se despachó con un bombardeo dialéctico deportivo institucional que ni hasta Víctor Hugo hubiese podido igualar. La riña no pasó a mayores.
El Tata dirigió su mirada hacia su hermano menor y lo rodeó con su brazo derecho. El Pelado levantó su vista y se acomodó para recibir al equipo. El segundo tiempo estaba por comenzar. Las banderas flamearon nuevamente y un rugido desmedido empezó a rellenar las gradas vivas de gol. A los pocos segundos un nuevo maestro, esta vez algo más joven, tomó la batuta de la hinchada, mientras el compás delicado de algunas trompetas se hacía sentir a cada paso que daban sus cinco integrantes. Las gargantas de las miles de almas que cubrían de azulgrana las plateas y populares locales liberaron su éxtasis contenida a diez minutos del final. Explotó ese grito de gol encerrado que dejó ver ante la lupa de Dios las amígdalas del Pelado y la mirada desencajada del Tata abrazando al verdugo de Manusovich en el momento exacto en que Rivadero, que había ingresado por el Gallego González, estampaba su firma en la red visitante. Uno a cero y a llorar a la iglesia, los primeros tres puntos del campeonato se quedaban en Boedo. Los ojos vidriosos del Tata se reflejaron en las pupilas de su hermano menor y entonces el Pelado sintió el deseo de abrazar con todas sus fuerzas al más grade. Sus mejillas se rozaron. Una lágrima bordeó su ñata y finalizó su recorrido en los labios del Pelado, que exhaló cansado y contento a la vez y sintió como un sabor salado se disolvía en lo más profundo de su ser. Final del partido. El Tata limpió con un gastado pañuelo cuadrillé los ojos del Pelado y presurosos pegaron la vuelta.
Caminaron un par de cuadras y el sonido de la euforia ganadora se iba apagando a medida que sus pasos los alejaban más y más del estadio. El más grande miró al más chico, le acomodó el cuello de la camisa, sacó su billetera de cuero y buscó 20 pesos que el Pelado guardó sin chistar en su bolsillo izquierdo. Luego le recordó con voz firme y segura que no volviera tarde… su querido hermano menor tenía su primera cita.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Mi biblioteca perfecta

Un saco de huesos (Bag of bones, 1998, Stephen King, Ed. Plaza y Janes) Novela-ficción: Fue la primera novela que me hizo seguidor de las obras del genial Stephen King, nacido en Portland, Maine, Estados Unidos, el 21 de septiembre de 1947. Con más de 30 premios literarios, King, maestro absoluto del terror, como se lo denomina comúnmente, nos regala una historia de amor donde ni siquiera la muerte es capaz de separar a los amantes. Galardonada en 1999 por la crítica como la mejor novela, Un saco de huesos habla del dolor de una pérdida y la esperanza que genera un nuevo amor. De las relaciones personales y los sentimientos. Con tintes sobrenaturales que denotan un pasado oscuro, King logra atrapar a partir de la sensibilidad del lector con una obra sentida y escalofriante. Para leer de noche, con una manta hasta al cuello en estos días de frío.

 Me gusta el fútbol (2002, Sergi Pàmies López, Ed. RBA Libros) Literatura deportiva: Es una radiografía del deporte, en especial el fútbol, en su máxima expresión. Caminando las largas filas de mesadas de una librería de la calle Corrientes, divisé a lo lejos la imagen del holandés Johan Cruyff  ilustrando la portada de un libro. Presuroso lo tomé sin pensarlo y le pagué al cajero la módica suma de veinte pesos sin saber de qué se trataba. Y me topé con una obra indispensable para todo aquel que goza al fútbol como lo hacía Cruyff, pelota al piso, cabeza levantada. Genio y figura. El libro consta de 19 capítulos en los que Pàmies, narrador español, recopila una extensa charla con Cruyff y enhebra diversos puntos que traslucen la ideología y los pensamientos innegociables de uno de los mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos. Alguna vez, Pàmies  comentó al pasar que discutir con Cruyff  “ha sido como estar con Picasso y hablar de pintura”. Es que no se puede ser objetivo cuando se habla de un grande.

La última lección (The last lecture, 2008, Randy Pausch con Jeffrey Zaslow, Ed. Sudamericana) Autoayuda-Biográfica: El facilismo de citar la contratapa de esta última lección es suficiente para enmarcar un sueño, una obligación: Muchos profesores en Estados Unidos dan clases tituladas La última lección. En éstas, se les pide que visualicen su muerte y reflexionen sobre lo que es más importante para ellos.
            A Randy Pausch, profesor en la Universidad Carnegie Mellon, se le pidió que diera su última lección. Él no necesitó imaginar nada, pues le acababan de diagnosticar diez tumores en el hígado. Su lección era sobre la importancia de superar obstáculos y aprovechar cada momento: era acerca de vivir.
Pausch en toda su dimensión, retazos de su grandeza:
·        Si pudiera dar sólo tres palabras como consejo, diría, "decir la verdad." Si me dieran tres palabras más, yo añadiría, "Todo el tiempo".
·        Cuando las personas le hagan sugerencias, valorarlas y tratar de llevarlas a la práctica.
·        Una buena disculpa tiene tres partes: "los siento"... "fue mi culpa"... Y "¿cómo lo puedo hacer correctamente?"
·         Las madres son las personas que te aman aún cuando le jalas el cabello.
·        Hay que mantener vivos los sueños infantiles.
·        No podemos cambiar las cartas que nos han dado, sólo decidir cómo jugar con ellas. Voy a disfrutar al máximo cada día, y voy a jugar con mis chicos hasta que ya no pueda hacerlo.

jueves, 14 de julio de 2011

Amores de pelota

Los días transcurrían para Homero, que lamentaba desde lo más profundo de su ser que el desenlace no fuera otro. Lo sabía a ciencia cierta y le dolía la cabeza de tan sólo pensarlo, aunque ya las migrañas lo visitaban cada vez menos, también sabía que su historia era un ejemplo para los que quisieran escucharla.
Llegó una tarde más temprano que otras tardes al Club y agitado y sin sacarse el sobretodo invitó a los que pasaban por allí una ronda del mejor café de todo el barrio. Apoyó las manos en el respaldo de la primera silla que encontró en su camino y, justo cuando su voz comenzaba a quebrarse, les contó a sus amigos y no tan amigos que el fútbol lo había dejado.
            “Fue después del partido con Platense en que me di cuenta que se había ido”, comentó de a poquito Homero, mientras los chicos y los grandes y los más grandes escuchaban incrédulos su confesión. Cuando terminó el partido y sus compañeros comenzaron a abrazarlo y a palmearle la espalda, Homero sintió que estaba solo y miró hacia los costados de la cancha y más allá del arco para ver si el fútbol se había ido con el equipo visitante. Parecía que la pelota, que lo había acompañado siempre y nunca le había sido infiel, se iba despidiendo de a poco. Le llenó esa tarde la garganta de gol y le permitió por un día ser el protagonista de la fecha, demostrándole así su amor incondicional.
            Los entrenamientos ya no eran lo que eran para Homero. Y aunque todavía creía que era el mejor wing izquierdo del mundo su cuerpo no le respondía como antes. No necesitó de doctores para saber que el reloj biológico comenzaba a marcar las últimas horas de su carrera como futbolista profesional.
            “Les juro que volví a todas las canchas de mi vida y busqué en los rincones de cada vestuario por los que desfilé. Pasé dos inviernos y tres veranos sentado en las esquinas desde donde ejecuté miles de córners y hasta esperé ansioso en el círculo central para saber en qué me había equivocado. Recorrí las redacciones de los diarios y revistas que visité para ver si estaba, para que me dé otra oportunidad, pero no, el fútbol me había dejado, se había ido definitivamente”, sentenció más tranquilo Homero, saboreando despacio un café más ante los oídos firmes que llenaban el lugar.
            Por algún tiempo, Homero intentó aferrarse a los recuerdos, se acordó del primer caño que tiró en los potreros de su barrio a un flaquito más grande que él y de un gol muy lindo a la vuelta de su casa que lo hizo sentirse importante. Les contó con los ojos llenos de fútbol lo que sintió un viernes por la noche cuando se vistió por primera vez de futbolista y que las veces que la gente salió del estadio coreando su nombre eran momentos inigualables. Homero se acomodó en la silla y con un movimiento de manos reveló sin temor a la burla: “Es que nos enamoramos enseguida con la pelota. Fue amor a primera vista”. 
            Homero le dio un descanso por un rato a la memoria para atacar nuevamente con sus anécdotas de juventud, aunque ahora no era tan viejo para los viejos más viejos del Club, cerró los ojos y paseo una vez más por las canchas de España, Italia, Francia y Dinamarca, pero sabía tan bien como sabía que el fútbol es un juego y no un drama, que un día se cansó de los negociados que invadían esa intimidad tan suya que gozaba con la pelota y pegó la vuelta para demostrarle con su transparente experiencia, que los jugadores no son sólo Dioses venerados en sus inmensos templos, sino simples y vulnerables seres humanos. Como él, que después de gritar gol con la camiseta de todos sus días, sintió que estaba solo. Al final, se dio cuenta que, a pesar que sean buenos, los recuerdos son un parche que no nos dejan ver más allá de lo qué queremos ver.
-Mira que probó por otros lados. -comentó por lo bajo un colorado con una barba de tres días.
-Tenis, pelota a paleta, golf, ping-pong. Nada. -asintió un mozo con un leve movimiento de cabeza y gesto adusto.   
-Es que la pelota era parte de su vida, era única, ¿me entiende? Como el primer beso que nunca se olvida. -aseguró al pasar una señora muy elegante que lo miraba con otros ojos.
Y en ese preciso momento el silencio se adueñó de la sala.
Homero arrimó el pocillo de café a sus labios y después de un sorbo largo, estiró la espalda, se levantó y atrapó con las manos una pelota desgastada con la que dos chicos transpiraban de a ratos. La miró sin pestañar y la acarició por todos lados. Luego la dejó caer y con un sutil toque de zurda se la devolvió a sus dueños, que tenían anhelos, como los que él tuvo alguna vez. Es que Homero vivía y entendía al fútbol como ninguno.
Justo cuando la voz de Julio Sosa comenzó a hacerle un mimo a los sentidos desde el tenue sonido de una radio, que revelaba el paso del tiempo, un desconocido invitó a Homero a jugar un partido de pelota a paleta. Homero miró su reloj y agradeció el gesto, hizo unos pasos, se calzó el sobretodo y se sinceró gustoso: “Es que estoy apurado muchachos, en una hora tengo una cita con el fútbol, mi pibe debuta en la reserva con la camiseta de Ferro”.   
       

martes, 28 de junio de 2011

Del amanecer al ocaso

A partir de que el fútbol se transformó en un negocio, la belleza en las canchas se fue desvaneciendo. El juego como tal es una triste postal del recuerdo; desvirtuado y preso de un sistema  inescrupuloso, cada vez está más instalado en el imaginario colectivo, y que condena al virtuosismo, al habilidoso.
Después de ver por televisión  los partidos entre River y Belgrano, de Córdoba, me invadieron una mezcla de sensaciones, aunque ninguna relacionada con la alegría. Si bien podría escribir sobre el juego, que es el núcleo de la asunto, opté por tomar el camino más largo, el más sinuoso, porque en mi cabeza abundan un montón de cuestiones que están pura y exclusivamente relacionadas con el pensamiento del ser humano.
Ahora bien, con el dolor a flor de piel los hinchas y no tan hinchas se miran a las caras y no pueden creer como un club de la jerarquía de River llegó a un vaciamiento institucional y deportivo, que culminó con el descenso a la segunda categoría del fútbol argentino. Y aquí me detengo para enumerar tres puntos que, a mi entender, son claves para explicar este fenómeno que, salvo excepciones, no excluye a ningún club deportivo:
· El negocio como eje principal: es que el dinero todo lo corrompe.
Como antaño, los socios dejaron de ser dueños de los clubes que se convirtieron en sociedades anónimas. Empresarios hábiles para el manejo de los números en pos de sus propios bolsillos. Balances mentirosos y cuentas secretas en el extranjero con el único fin de generar dinero y más dinero. La aparición de las barras bravas, su aceptación encubierta y su rol fundamental en la vida de un club. Un fútbol-negocio que cada vez tiene más protagonistas y menos espectadores.
· Pan y circo para los débiles: la politización del fútbol como un arma
que es utilizada para desviar la mirada de la gente de los verdaderos problemas. Aunque hemos llegado a un nivel de autodestrucción en el que nuestro único problema pasa por saber si ganamos o perdemos el domingo.
· La ausencia de ejemplos: de espejos en donde mirarnos. Cada vez son
menos y nos cuesta encontrarlos. A caso la soberbia, mala compañía, no nos deja ver más allá de nuestra propia conveniencia. Es que a veces está bueno pedir ayuda. Es un signo de grandeza, de crecimiento.
           
            En consecuencia, la alegría de poder ver una gambeta, una rabona o un caño quedó en segundo plano. Dar el todo por el todo y llegar al resultado como sea, sin importar los medios es superlativo. Es que desde hace rato está instalada la idea del que no gana no sirve. Y la vorágine con que se vive se ve trasladada al deporte sin importar los efectos colaterales. Por eso los últimos tiempos nos llenamos la boca hablando de arreglos y corrupción como si estuviera bien. Es que nosotros también tenemos parte de la culpa, palabra que está tan de moda por estos días, al darle trascendencia. Porque no digo que no existan los pactos que se firman por debajo de la mesa, pero tendríamos que darle más importancia al juego, que también es limpio.
            La imagen de esas tres personas entrando a la cancha y agrediendo a Román y Arano y prepoteando a Almeyda es terrible, lamentable y triste, muy triste. ¿A caso se creen que tienen derecho? Porque ni el peor desaire justifica un hecho violento. Claro, es que la ira y el enojo anulan toda capacidad de pensamiento. En el cerebro se producen bloqueos emocionales que no nos permiten obrar con comprensión, ni analizar la situación más allá del ahora.
            Ahora bien, está claro que es un momento muy triste y doloroso para todos los hinchas. Para algunos más y para otros menos. Muchos generalizan las culpas en Passarella, Juan José López y los jugadores, chivos expiatorios que pagan los platos rotos por ser los últimos que escribieron una página más en la extensa historia de River, que de ninguna manera se puso en juego. Pero hoy endilgar culpas es algo muy superficial y a la larga se van a dar cuenta que no fueron los únicos responsables.
            El descenso de un equipo no es una tragedia, ni algo grave, ya que está dentro de las posibilidades si se hacen las cosas como no es debido. Lo que queda es tratar de enderezar el rumbo a partir de una sincera autocrítica. Aprender de los errores y copiar los buenos ejemplos para crecer y ser mejor. Quizás sería bueno que algunos dirigentes levanten el tubo del teléfono y llamen a los Vigil, a los Magnano, a los Loffreda, a los Vélez, Lanús y Estudiantes, y les pregunten cómo se hace para hacer las cosas bien con poco y alcanzar tanta gloria.